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V. BLASCO IBÁÑEZ

Los rudos movimientos del coche de alquiler parecían hacer saltar los recuerdos del pasado de todos los rincones de su memoria. Aquella vida que no quería recordar, iba desarrollándose ante sus ojos cerrados: su luna de miel de empleado modesto casado con una mujer bonita y educada, hija de una familia venida á menos; la felicidad de aquel primer año de pobreza endulzado por el cariño; después, las protestas de Enriqueta revolviéndose contra la estrechez; el sordo disgusto al oirse llamar hermosa por todos y verse humildemente vestida; los disgustos surgiendo por el más leve motivo; las reyertas á media noche en la alcoba conyugal; las sospechas royendo poco á poco la confianza del marido, y de repente el ascenso inesperado, el bienestar material colándose por las puertas, primero tímidamente, como evitando el escándalo; después con insolente ostentación, como creyendo entrar en un mundo de ciegos, hasta que ya por fin Luis tuvo la prueba indudable de su desgracia. Se avergonzaba al recordar su debilidad. No era un cobarde, estaba seguro de ello, pero le fal-