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EL MANIQUÍ

solemne del hotel, ninguno de esos detalles con que se revela la muerte al entrar en una casa.

Vió criados tras cuya máscara impasible creyó percibir un gesto de curiosidad insolente: una doncella le saludó con enig. mática sonrisa, que no se sabía si era de simpatía ó de burla para «el marido de la se. ñora»; creyó distinguir en una habitación inmediata un señor que se ocultaba (tal vez era el otro); y aturdido por aquel mundo nuevo, atravesó una puerta, empujado suavemente por su guía.

Estaba en el dormitorio de la señora: una habitación sumida en suave penumbra, que rasgaba una faja de sol filtrándose por un balcón entreabierto.

En medio de este rayo de luz estaba una mujer erguida, esbelta, sonrosada, vestida con un hermoso traje de soirée, las nacaradas espaldas surgiendo de entre nubes de blondas, y el pecho y la cabeza deslumbrantes con el centelleo de las joyas. Luis retrocedió asombrado, protestando de la farsa. ¿Aquella era la enferma? ¿Le habían llamado para insultarle?