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V. BLASCO IBÁÑEZ

Ya no le molestaban ni le perseguían. Mataba por pasión política á hombres que apenas conocía, por asegurar el triunfo de don José, eterno representante del distrito. La bestia feroz era, sin darse cuenta de ello, una garra del gran pólipo electoral que se agitaba allá lejos, en el Ministerio de la Gobernación.

Vivía en un pueblo cercano, casado con la mujer que le impulsó á matar por vez primera, rodeado de hijos, paternal, bondadoso, fumando cigarros con la Guardia civil, que obedecía órdenes superiores, y cuando á raíz de alguna hazaña había que fingir que le perseguían, pasaba algunos días cazando en el monte, entreteniendo su buen pulso de tirador.

Había que ver cómo le obsequiaban y atendían durante la paella los notables del distrito. «Bolsón, este pedazo de pollo; Bolsón, un trago de vino.» Y hasta los curas, riendo con un jo jo! bondadosote, le daban palmaditas en la espalda, diciendo paternalmente: «¡Ay Bolsonet, qué mal eres!»

Por él se celebraba aquella fiesta. Sólo por él se había detenido en la cabeza del