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V. BLASCO IBÁÑEZ

llas entraron las bocas de los fusiles apun. tando al roder, que permaneció inmóvil y sereno, mientras que mujeres y chiquillos se arrojaban chillando al fondo del carruaje.

Bolsón, baja ó te matamos—dijo el teniente.

Bajó el roder con su satélite, y antes de poner pie en tierra ya le habían quitado sus armas. Aún estaba impresionado por la charla de su protector, y no pensó en hacer resistencia por no imposibilitar su famoso indulto con un nuevo crimen.

Llamó al carnicero, rogándole que corriese al pueblo para avisar á don José. Sería un error, una orden mal dada.

Vió el mocetón cómo se le llevaban á empujones á un naranjal inmediato, y salió corriendo camino abajo por entre aquellas parejas, que cerraban la retirada á la tartana.

No corrió mucho. Montado en su jaco encontró á uno de los alcaldes que habían estado en la fiesta... ¡Don José! ¿Dónde estaba don José?

El rústico sonrió como si adivinara lo ocurrido... Apenas se fué Bolsón, el dipu-