Página:La Condenada (cuentos).djvu/179

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El Menut callaba resignado. ¡Ser tan poquita cosa ante los puños de aquel bruto, que le había tomado como un juguete!

Un domingo, por la noche, Tono llegó muy alegre al horno. Había merendado en la playa; sus ojos tenían un jaspeado sanguinolento, y, al respirar, lo impregnaba todo de ese hedor de chufas que delata una pesada digestión de vino.

¡Gran noticia! Había visto en un merendero al Menut, a aquel ganso que tenía delante. Iba con su novia, una gran chica. ¡Vaya con el gusano tísico! Bien había sabido escoger.

Y, entre las risotadas de sus compañeros, describía a la pobre muchacha con minuciosidad vergonzosa, como si la hubiera desnudado con la mirada.

El Menut no levantaba la cabeza, absorto en su trabajo; pero estaba pálido, como si dentro del estómago se revolviera la merienda, mordiéndole. No era el de todas las noches; también él olía a chufas, y varias veces sus ojos, apartándose de la masa, se encontraron con la mirada bizca y socarrona del tirano. De él podía decir cuanto qui-