Página:La Condenada (cuentos).djvu/182

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Hasta el encargado del horno dejó quemarse una larga fila de panes para ayudar a contenerle, y nadie pensaba sujetar al agresor, convencidos todos de que el infeliz no había de pasar de su primer arrebato.

Apareció el dueño del horno. ¡Qué oído el de aquel tío! Le habían despertado los gritos y el pataleo, y allí estaba casi en paños menores.

Todos volvieron a su trabajo, y la sangre de Tono desapareció en las entrañas de la pasta, vuelta a sobar.

El mocetón mostrábase benévolo, con una bondad que daba frío. No había ocurrido nada: una broma de las que se ven todos los días. Cosas de chicos, que lo hombres deben perdonar. Ya era sabido..., ¡entre compañeros!

Y siguió trabajando, pero con más ardor, sin levantar la cabeza, deseando acabar cuanto antes.

El Menut miraba a todos fijamente y se encogía de hombros con cierta arrogancia, como si, rota ya su timidez, le costara trabajo volver a recobrarla.

Tono fue el primero en vestirse, y salió