Página:La Condenada (cuentos).djvu/183

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acompañado hasta la puerta por los buenos consejos del amo, que él agradecía con cabezadas de aprobación.

Cuando se fue el Menut, media hora después, los compañeros le acompañaron. Le hicieron mil ofrecimientos. Ellos se encargarían de ajustar las paces por la noche; pero mientras tanto, quieto en casa, y a evitar un mal encuentro, no saliendo en todo el día.

Despertábase la ciudad. El sol enrojecía los aleros; retirábanse, en busca del relevo, los guardias de la noche, y en las calles sólo se veían las huertanas, cargadas de cestas, camino del mercado.

Los panaderos abandonaron al Menut en la puerta de su casa. Vió cómo se alejaban, y aún permaneció un rato inmóvil, con la llave en la cerraja, como si gozara viéndose solo y sin protección. Por fin se había convencido de que era un hombre; ya no sentía crueles dudas, y sonreía satisfecho al recordar el aspecto del mocetón cayendo de rodillas y chorreando sangre. ¡Granuja! ... ¡Hablar tan libremente de su novia...! No; no quería arreglos con él.