Página:La Condenada (cuentos).djvu/202

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Y mientras enumeraba sus desdichas, que, en el fondo, no le importaban un comino, y llamaba infidelidades a lo que fueron imprudentes coqueterías, todo con voz y ademanes que recordaban sus abonos en el Español y la Comedia, Luis iba fijándose en su mujer. ¡Qué hermosa estaba la indigna! Ya no era aquella muchacha bonita, pero débil y delicada, que tenía horror al escote, no queriendo enseñar lo saliente de sus clavículas. Los cinco años de separación habían hecho de ella una mujer adorable, espléndida, con las redondeces, el color y la suavidad de un fruto de primavera. ¡Lástima que fuese su mujer! ¡Cómo debían desearla los que no estaban en su caso!

-Sí, señora. Puedo hacer lo que guste, y no tengo que dar cuenta de mis acciones... Además, cuando se tiene el corazón destrozado, hay que aturdirse, olvidar, y yo tengo derecho a todo..., a todo, ¿lo entiende usted?, para olvidar que he sido muy desgraciado.

Le encantaban sus palabras; pero no pudo seguir. ¡Qué calor! El sol metía sus