Página:La Condenada (cuentos).djvu/205

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida

-Trae agua..., cualquier cosa. La señorita está enferma.

Y mientras el cochero corría a un ventorro inmediato, Luis intentó tranquilizar a su mujer.

-Vamos, Ernestina, serenidad. No es para tanto. Esto es ridículo. Pareces una niña.

Pero ella aún gemía cuando llegó el cochero con una botella llena de agua. En la precipitación había olvidado el vaso.

-No importa; bebe.

Ernestina cogió la botella y se levantó el velillo. Ahora la veía bien su marido. Nada de mejunjes de tocador, como en los tiempos que frecuentaba el mundo: su cutis, tratado al agua fría. Tenía una palidez fresca, de rosada transparencia.

Luis se fijó en aquellos labios adorables, que se fruncían para ajustarse al cuello de la botella. Bebía con dificultad. Una gota se escapaba, resbalando lentamente por la barbilla, redonda y graciosa. Rodaba con pereza, enredándose en la imperceptible película de la epidermis. Él la seguia con la vista, aproximándose cada vez más. ¡Iba a caer!... ¡Ya caía!...