Página:La Condenada (cuentos).djvu/206

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Pero no cayó, pues Luis, sin saber casi lo que hacía, la cogió en sus labios, se sintió cogido por los brazos de su mujer, que lanzaba un grito de sorpresa, de loco júbilo:

-Por fin..., Luis mio... ¡Si yo ya lo decía! ¡Si eres muy bueno!

Y con la tranquila serenidad de los que no tienen por qué ocultar su amor, se besaron ruidosamente, sin fijarse en el asombro de la mujer del ventorrillo que recogió la botella.

El cochero, sin aguardar órdenes, arreó los caballos camino de Madrid.

-Ya tenemos ama -murmuraba, soltando latigazos a sus bestias-. A casa, pronto, antes que el señorito se arrepienta.

El coche rodaba por la carretera con la arrogancia de un carro triunfal, y en su interior los dos esposos, agarrados del talle, mirábanse con pasión. El sombrero de Luis estaba a sus pies, y ella le acariciaba la cabeza. Despeinándole, el juego favorito de su luna de miel.

Y Luis reía, encontrando el suceso graciosísimo.

-Nos van a tomar por novios impacien-