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Primavera triste



El viejo Tófol y la chicuela vivían esclavos de su huerto, fatigados por una incesante producción.

Eran dos árboles más, dos plantas de aquel pedazo de tierra -no mayor que un pañuelo, según decían los vecinos-, y del cual sacaban su pan a costa de fatigas.

Vivían como lombrices de tierra, siempre pegados al surco; y la chica, a pesar de su desmedrada figura, trabajaba como un peón.

La apodaban la Borda, porque la difunta mujer del tío Tófol, en su afán de tener hijos que alegrasen su esterilidad, la había sacado de la Inclusa. En aquel huertecillo había llegado a los diecisiete años, que parecían once, a juzgar por lo enclenque de su