Página:La Condenada (cuentos).djvu/22

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cuerpo, afeado aún más por la estrechez de unos hombros puntiagudos, que se curvaban hacia afuera, hundiendo el pecho e hinchando la espalda.

Era fea; angustiaba a sus vecinas y compañeras de mercado con su tosecilla continua y molesta; pero todas la querían. ¡Criatura más trabajadora! ... Horas antes de amanecer, ya temblaba de frío en el huerto cogiendo fresas o cortando flores; era la primera que entraba en Valencia para ocupar su puesto en el mercado; en las noches que correspondía regar, agarraba valientemente el azadón y, con las faldas arremangadas, ayudaba al tío Tófol a abrir bocas en los ribazos por donde se derramaba el agua roja de la acequia, que la tierra, sedienta, y requemada, engullía con un glu-glu de satisfacción; y los días que había remesa para Madrid, corría como loca por el huerto, saqueando los bancales, trayendo a brazados los claveles y rosas, que los embaladores iban colocando en cestos.

Todo se necesitaba para vivir con tan poca tierra. Había que estar siempre sobre ella, tratándola como bestia reacia que ne-