Página:La Condenada (cuentos).djvu/28

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hijo de los amos, con el cual había jugado muchas veces siendo niña, y de cuya presencia huyó avergonzada el verano anterior, cuando, hecho un arrogante mozo, visitó el huerto. ¡Pícaros recuerdos! Ruborizábase pensando en las horas que pasaron siendo niños, sentados en un ribazo, oyendo ella la historia de Cenicienta, la niña despreciada convertida repentinamente en arrogante princesa.

La eterna quimera de todas las niñas abandonadas venía entonces a tocarle en la frente con sus alas de oro. Veía detenerse un soberbio carruaje en la puerta del huerto; una hermosa señora la llamaba: «Hija mía!..., por fin te encuentro»; ni más ni menos que en la leyenda; después, los trajes magníficos, un palacio por casa, y, al final, como no hay príncipes disponibles a todas horas para casarse, contentábase modestamente con hacer su marido al señorito.

¿Quién sabe?... Y cuando más esperanzada se ponía en el futuro, la realidad la despertaba en forma de brutal terronazo, mientras el viejo decía con voz áspera:

-¡Arre!, que ya es hora.