Página:La Condenada (cuentos).djvu/29

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Y otra vez al trabajo, a dar tormento a la tierra, que se quejaba cubriéndose de flores.

El sol caldeaba el huerto, haciendo estallar las cortezas de los árboles, en las tibias madrugadas sudábase al trabajar como si fuese mediodía, y a pesar de esto, la Borda, cada vez más delgada y tosiendo más.

Parecía que el color y la vida que faltaban en su rostro se lo arrebataban las flores, a las que besaba con inexplicable tristeza.

Nadie pensó en llamar al médico. ¿Para qué? Los médicos cuestan dinero, y el tío Tófol no creía en ellos. Los animales saben menos que las personas y lo pasan tan ricamente sin médicos no boticas.

Una mañana en el mercado, las compañeras de la Borda cuchicheaban, mirándola compasivamente. Su fino oído de enfermera lo escuchó todo. Caería cuando cayesen las hojas.

Estas palabras fueron su obsesión. Morir... ¡ Bueno, se resignaba!; por el pobre viejo lo sentía, falto de ayuda. Pero al menos que muriese como su madre, en plena