Página:La Condenada (cuentos).djvu/31

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hojas secas. Cada vez estaba más delgada, más triste, con una finura tal de percepción que oía los sonidos más lejanos, Las mariposas blancas que revoloteaban en torno de su cabeza pegaban las alas en el sudor frío de su frente, como si quisieran tirar de ella, arrastrándola a otros mundos, donde las flores nacen espontáneamente, sin llevarse en sus colores y perfumes algo de la vida de quien las cuida.

Las lluvias de invierno no encontraron ya a la Borda. Cayeron sobre el encorvado espinazo del viejo, que estaba, como siempre, con la azada en las manos y la vista en el surco.

Cumplía su destino con la indiferencia y el valor de un disciplinado soldado de la miseria. Trabajar, trabajar mucho para que no faltase la cazuela de arroz y la paga al amo.

Estaba solo: la chica había seguido a su madre. Lo único que le quedaba era aquella tierra traidora que se chupaba a las personas y acabaría con él, cubierta siempre de flores, perfumada y fecunda,