Página:La Condenada (cuentos).djvu/30

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primavera, cuando todo el huerto lanzaba risueño su loca carcajada de colores: no cuando se despuebla la tierra, cuando los árboles parecen escobas, y las apagadas flores de invierno se alzan tristes de los bancales.

¡Al caer las hojas!... Aborrecía los árboles, cuyos ramajes se desnudaban como esqueletos del otoño; huía de ellos como si su sombra fuese maléfica, y adoraba una palmera que el siglo anterior plantaron los frailes; esbelto gigante, con la cabeza coronada de un surtidor de ondulantes plumas.

Aquellas hojas no caían nunca. Sospechaba que tal vez fuese una tontería; pero su afán por lo maravilloso le hacía sentir esperanzas, y, como el que busca la curación al pie de imagen milagrosa, la pobre Borda pasaba los ratos de descanso al pie de la palmera, que la protegía con la sombra de sus punzantes ramas.

Allí pasó el verano viendo cómo el sol, que no la calentaba, hacía humear la tierra, cual si de sus entrañas fuese a sacar un volcán; allí la sorprendieron los primeros vientos del otoño, que arrastraban las