Página:La Condenada (cuentos).djvu/36

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
32
V. BLASCO IBÁÑEZ

para avisar á los que dormían al otro lado de los tabiques de madera. Aquel hombre era seguramente un ladrón.

El instinto de defensa, ó más bien el miedo, me dió cierta ferocidad. Me arrojé sobre el desconocido, empujándolo con codos y rodillas; perdió el equilibrio; se agarró desesperadamente al borde de la portezuela, y yo seguí empujándole, pugnando por arrancar sus crispadas manos de aquel asidero para arrojarlo á la vía. Todas las ventajas estaban de mi parte.

—¡Por Dios, señorito! —gimió con voz ahogada.— ¡Señorito, déjeme usted! Soy un hombre de bien.

Y había tal expresión de humildad y angustia en sus palabras, que me sentí avergonzado de mi brutalidad y le solté.

Se sentó otra vez, jadeante y tembloroso, en el hueco de la portezuela, mientras yo quedaba en pie, bajo la lámpara, cuyo velo descorrí.

Entonces pude verle. Era un campesino pequeño y enjuto; un pobre diablo con una zamarra remendada y mugrienta y pantalones de color claro. Su gorra negra casi se