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EL PARÁSITO DEL TREN

confundía con el tinte cobrizo y barnizado de su cara, en la que se destacaban los ojos de mirada mansa y una dentadura de rumiante, fuerte y amarillenta, que se descubría al contraerse los labios con sonrisa de estúpido agradecimiento.

Me miraba como un perro á quien se ha salvado la vida, y mientras tanto, sus obscuras manos buscaban y rebuscaban en la faja y en los bolsillos. Esto casi me hizo arrepentir de mi generosidad, y mientras el gañán buscaba, yo metía mano en el cinto y empuñaba mi revólver. ¡Si creía pillarme descuidado!

Tiró él de su faja, sacando algo, y yo le imité sacando de la funda medio revólver. Pero lo que él tenía en la mano era un cartoncito mugriento y acribillado, que me tendió con satisfacción.

—Yo también llevo billete, señorito.

Lo miré y no pude menos de reirme.

—¡Pero si es antiguo!.—le dije—. Ya hace años que sirvió... ¿Y con esto te crees autorizado para asaltar el tren y asustar á los viajeros?

Al ver su burdo engaño descubierto,

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