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EL PARÁSITO DEL TREN

como si le extrañase que le dejara permanecer en aquel sitio. Le di un cigarro, y poco á poco fué hablando.

Todos los sábados hacía el viaje del mismo modo. Esperaba el tren á su salida de Albacete; saltaba á un estribo, con riesgo de ser despedazado, corría por fuera todos los vagones buscando un departamento vacío, y en las estaciones apeábase poco antes de la llegada y volvía á subir después de la salida, siempre mudando de sitio para evitar la vigilancia de los empleados, unos malas almas enemigos de los pobres.

—Pero ¿dónde vas? —le dije—. ¿Por qué haces este viaje, exponiéndote á morir despedazado?

Iba á pasar el domingo con su familia.

¡Cosas de pobres! Él trabajaba algo en Albacete y su mujer servía en un pueblo. El hambre les había separado. Al principio hacía el viaje á pie; toda una noche de marcha, y cuando llegaba por la mañana caía rendido, sin ganas de hablar con su mujer ni de jugar con los chicos. Pero ya se había espabilado, ya no tenía miedo, y hacía