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EL PARÁSITO DEL TREN

inmediato, con la asombrosa ligereza que da el peligro. Cayó de bruces en un campo, gateó algunos instantes, como si la violencia del golpe no le permitiera incorporarse, y al fin huyó á todo correr, perdiéndose en la obscuridad la mancha blanca de sus pantalones.

El jefe del tren gesticulaba al frente de los perseguidores, algunos de los cuales reían.

—¿Qué es eso? —pregunté al empleado.

—Un tuno que tiene la costumbre de viajar sin billete—contestó con énfasis—. Ya le conocemos hace tiempo: es un parásito del tren, pero poco hemos de poder ó le pillaremos para que vaya á la cárcel.

Ya no vi más al pobre parásito. En invierno, muchas veces me he acordado del infeliz, y le veía en las afueras de una estación, tal vez azotado por la lluvia y la nieve, esperando el tren que pasa como un torbellino, para asaltarlo con la serenidad del valiente que asalta una trinchera.

Ahora leo que en la vía férrea, cerca de Albacete, se ha encontrado el cadáver de un hombre despedazado por el tren... Es él,