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V. BLASCO IBÁÑEZ

berna, ni escopeta para echarla de majo. Trabajar mucho para su Pepeta y los tres mocosos era su única afición; pero ya que querían robarle, sabría defenderse. ¡Cristo!

En su calma de hombre bonachón despertaba la furia de los mercaderes árabes, que se dejan apalear por el beduíno, pero se tornan leones cuando les tocan su hacienda.

Como se aproximaba la noche y nada tenía resuelto, fué á pedir consejo al viejo de la barraca inmediata, un carcamal que sólo servía para segar brozas en las sendas, pero de quien se decía que en la juventud había puesto más de dos á pudrir tierra.

Le escuchó el viejo con los ojos fijos en el grueso cigarro que haban sus manos temblorosas cubiertas de caspa. Hacía bien en no querer soltar el dinero. Que robasen en la carretera como los hombres, cara á cara, exponiendo la piel. Setenta años tenía, pero podían irle con tales cartitas. Vamos á ver; ¿tenía agallas para defender lo suyo?

La firme tranquilidad del viejo contagiaba á Sènto, que se sentía capaz de todo para defender el pan de sus hijos.