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GOLPE DOBLE

no. Aquella era la ocasión. ¡Alma, Sènto! ¡Aprieta el gatillo!

El trueno conmovió toda la huerta, despertando una tempestad de gritos y ladridos. Sènto vió un abanico de chispas, sintió quemaduras en la cara, la escopeta se le fué y agitó las manos para convencerse de que estaban enteras. De seguro que el amigo había reventado.

No vió nada en el horno: habrían huído, y cuando él iba á escapar también, se abrió la puerta de la barraca y salió Pepeta en enaguas, con un candil. La había despertado el trabucazo y salía impulsada por el miedo, temiendo por su marido que estaba fuera de casa.

La roja luz del candil, con sus azorados movimientos, llegó hasta la boca del horno.

Allí estaban dos hombres en el suelo, uno sobre otro, cruzados, confundidos, formando un solo cuerpo, como si un clavo invisible los uniese por la cintura, soldándolos con sangre.

No había errado el tiro. El golpe de la vieja escopeta había sido doble.

Y cuando Sènto y Pepeta, con aterrada

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