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V. BLASCO IBÁÑEZ

dos, como temiendo una sorpresa. Fueron al cañar, registrándolo: acercáronse después á la puerta de la barraca, pegando el oído á la cerradura, y en estas maniobras pasaron dos veces por cerca de Sènto, sin que éste pudiera conocerles. Iban embozados en mantas, por bajo de las cuales asomaban las escopetas.

Esto aumentó el valor de Sènto. Serían los mismos que asesinaron á Gafarró. Había que matar para salvar la vida.

Ya iban hacia el horno. Uno de ellos se inclinó, metiendo las manos en la boca y colocándose ante la apuntada escopeta. Magnífico tiro. Pero ¿y el otro que quedaba libre?

El pobre Sènto comenzó á sentir las angustias del miedo, á sentir en la frente un sudor frío. Matando á uno, quedaba desarmado ante el otro. Si les dejaba ir sin encontrar nada, se vengarían quemándole la barraca.

Pero el que estaba en acecho se cansó de la torpeza de su compañero y fué á ayudarle en la busca. Los dos formaban una obscura masa obstruyendo la boca del hor-