Página:La Condenada (cuentos).djvu/61

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-Ahora -dijo alegremente - tomemos un bocado. Compadre, trae el capazo. Ya se presentará la pesca cuando ella quiera.

Para cada uno, un enorme mendrugo y una cebolla cruda, machacada a puñetazos sobre la borda.

El viento soplaba fuerte y la barca cabeceaba rudamente sobre las olas, de larga y profunda ondulación.

-¡Pae! -gritó Antoñico desde la proa-, un pez grande, muy grande... ¡Un atún!

Rodaron por la popa las cebollas y el pan, y los dos hombres asomáronse a la borda.

Sí, era un atún; pero enorme, ventrudo, poderoso, arrastrando casi a flor de agua un negro lomo de terciopelo; el solitario, tal vez, de que tanto hablaban los pescadores.

Flotaba poderosamente; pero, con una ligera contracción de su fuerte cola, pasaba de un lado a otro de la barca y tan pronto se perdía de vista como reaparecía instantáneamente.

Antonio enrojeció de emoción, y apresuradamente echó al mar el aparejo con un anzuelo grueso como un dedo.