Página:La Condenada (cuentos).djvu/62

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Las aguas se enturbiaron y la barca se conmovió, como si alguien, con fuerza colosal, tiráse de ella, deteniéndola en su marcha e intentando hacerla zozobrar. La cubierta se bamboleaba como si huyese bajo los pies de los tripulantes, y el mástil crujía a impulsos de la hinchada vela. Pero, de pronto, el obstáculo cedió, y la barca, dando un salto, volvió a emprender su marcha.

El aparejo, antes rígido y tirante, pendía flojo y desmayado. Tiraron de él y salió a la superficie el anzuelo, pero roto, partido por la mitad, a pesar de su tamaño.

El compadre meneó tristemente la cabeza.

-Antonio, ese animal puede más que nosotros. Que se vaya, y demos gracias porque ha roto el anzuelo. Por poco más vamos al fondo.

-¿Dejarlo? -gritó el patrón-. ¡Un demonio! ¿Sabes cuánto vale esa pieza? No está el tiempo para escrúpulos ni miedos. ¡A él, a él!

Y, haciendo virar la barca, volvió a las mismas aguas donde se había verificado el encuentro.