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V. BLASCO IBÁÑEZ

conspiraba contra él, le había deshecho el cráneo de un pistoletazo. Aparte de esto, un hombre divertidísimo, á pesar de su cara fosca y su mirada dura. En la playa del Cabañal, la gente, reunida á la sombra de las barcas, reía recordando sus bromas. Una vez dió un convite á bordo al reyezuelo africano que le vendía los esclavos, y viendo borrachos á la negra majestad y sus cortesanos, hizo como el negrero de Merimée: desplegó velas y los vendió como esclavos. Otra vez, viéndose perseguido por un crucero británico, desfiguró su buque en una sola noche, piutándolo de otro color y cambiando la arboladura. Los capitanes ingleses tenían datos en abundancia para conocer el buque del audaz negrero; pero como si no tuvieran nada. El capitán Llovet, como decían en la playa, era un gitano de mar, y trataba su barco como á un burro de feria, haciéndole sufrir transformaciones maravillosas.

Cruel y generoso, pródigo de su sangre y de la ajena, duro para el negocio y manirroto para el placer, los negociantes de Cuba le habían apodado el Capitán Magní-