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LOBOS DE MAR

con su fúnebre coleteo, cubriendo el mar de manchas de sangre, repartiéndose á dentelladas los esclavos, que agitaban con desesperación sus brazos fuera del agua; sublevaciones de tripulación contenidas por él solo á tiros y hachazos; raptos de ciega cólera en los que corría por cubierta como una fiera; hasta se hablaba de cierta mujer que le acompañaba en sus viajes, la cual, desde el puente, fué arrojada al mar por el iracundo capitán después de una disputa por celos. Y junto con esto, inesperados arranques de generosidad: socorros á manos llenas á las familias de sus marineros. En un arrebato de cólera era capaz de matar á uno de los suyos; pero si alguien caía al agua, se arrojaba para salvarle, sin miedo al mar ni á sus voraces bestias. Enloquecía de furor si los compradores de negros le engañaban en unas cuantas pesetas, y en la misma noche gastaba tres ó cuatro mil duros celebrando una de aque. llas orgías que le habían hecho famoso en la Habana. «Pega antes que habla», decían de él los marineros, y recordaban que, en alta mar, sospechando que su segundo