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CANTO DÉCIMOCUARTO

388 Por su parte, el esclarecido Héctor puso en orden á los teucros. Y Neptuno, el de cerúlea cabellera, y el preclaro Héctor, auxiliando éste á los teucros y aquél á los argivos, extendieron el campo de la terrible pelea. El mar, agitado, llegó hasta las tiendas y naves de los argivos, y los combatientes se embistieron con gran alboroto. No braman tanto las olas del mar cuando, levantadas por el soplo terrible del Bóreas, se rompen en la tierra; ni hace tanto estrépito el ardiente fuego en la espesura del monte, al quemarse una selva; ni suena tanto el viento en las altas copas de las encinas, si arreciando muge; cuanta fué la grita de teucros y aqueos en el momento en que, vociferando de un modo espantoso, vinieron á las manos.

402 El preclaro Héctor arrojó el primero la lanza á Ayax, que contra él arremetía, y no le erró; pero acertó á dar en el sitio en que se cruzaban la correa del escudo y el tahalí de la espada, guarnecida con argénteos clavos, y ambos protegieron el delicado cuerpo. Irritóse Héctor porque la lanza había sido arrojada inútilmente por su mano, y retrocedió hacia el grupo de sus amigos para evitar la muerte. El gran Ayax Telamonio, al ver que Héctor se retiraba, cogió una de las muchas piedras que servían para calzar las naves y rodaban entonces entre los pies de los combatientes, y con ella le hirió en el pecho, por cima del escudo, junto á la garganta; la piedra, lanzada con ímpetu, giraba como un torbellino. Como viene á tierra la encina arrancada de raíz por el rayo de Júpiter, despidiendo un fuerte olor de azufre, y el que se halla cerca desfallece, pues el rayo del gran Jove es formidable; de igual manera, el robusto Héctor dió consigo en el suelo y cayó en el polvo: la pica se le fué de la mano, quedaron encima de él escudo y casco, y la armadura de labrado bronce resonó en torno del cuerpo. Los aquivos corrieron hacia Héctor, dando recias voces, con la esperanza de arrastrarlo á su campo; mas, aunque arrojaron muchas lanzas, no consiguieron herir al pastor de hombres, ni de cerca, ni de lejos, porque fué rodeado por los más valientes teucros—Polidamante, Eneas, el divino Agenor, Sarpedón, caudillo de los licios, y el eximio Glauco,—y los otros tampoco le abandonaron, pues se pusieron delante con sus rodelas. Los amigos de Héctor levantáronle en brazos, condujéronle adonde tenía los ágiles corceles con el labrado carro y el auriga, y se lo llevaron hacia la ciudad, mientras daba profundos suspiros.

433 Mas, al llegar al vado del voraginoso Janto, río de hermosa corriente que el inmortal Júpiter engendró, bajaron á Héctor del carro y le rociaron el rostro con agua: el héroe cobró los perdidos espíritus,