Página:La Primera República (1911).djvu/155

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sugirieron en mí estas reflexiones amargas. Si mi amigo elogiaba el romanticismo de Figueras, y por ser este un grande hombre le absolvía de sus delirios, ¿por qué a mí, romántico también, aunque pequeño y de condición insignificante, quería curarme con medicamentos un tanto crueles? Si la libertad individual es el mayor tesoro de los humanos, ¿por qué había de ser concedido a los altos y negado a los humildes?

Debo declarar que el tratamiento de Estévanez no había sido ineficaz para mí, y que yo sentía muy atenuado mi frenético espiritualismo por la acción de la vida ramplona y pedestre. No obstante, cuando Estévanez me dejaba solo en mi casa, escapábame yo hacia el ideal preguntando a Ido si había estado a buscarme el guardia Serafín. Como la respuesta de mi patrón era siempre negativa, hube de añadir esta nota interesante: «Si viniese el guardia por la tarde, adviértale que me encontrará en la Tribuna de la Prensa del Congreso».

Desganado y sin ninguna ilusión periodística volví a las tardes de las Constituyentes, bajo la severa autoridad de mi amigo y médico. Testigo del inenarrable barullo que precedió a la designación de nuevo Ministerio, lo transmití todo a la prensa extranjera. Pero a vosotros, amados lectores, me guardaré muy bien de ofreceros los detalles de aquellas zaragatas, que habrían de marearos y confundiros. En una sesión que empezó a las ocho de la mañana, se leyó el Proyecto