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Página:La media naranja 2.djvu/26

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La media naranja

amado á nadie; y como Vd. sería incapaz de tan inmensa prueba...

— Incapaz? Clara! por su amor de Vd. no hay sacrificio que no haga. Quiere Vd. que muera? Pues moriré: aunque sea locura, barbarie, crimen, para mi sólo tendrá este nombre: felicidad.

— De veras?

— Lo juro!

Habia tal firmeza en el acento de Gonzalo, que Clara le miró con efusión, y sacando del bolsillo el frasquito que ya conocemos, hizo la misma operación que antes con Alfonso.

La serenidad de Gonzalo era heroica y sublime.

— Gonzalo, — dijo Clara, — si es Vd. capaz de imitarme y beber lo que hay en esta copa, seré suya y no habrá delirio comparable al mio. Este veneno precioso nos deja una hora de vida, y al cabo de ella, un sueño, sin dolores ni agonías espantosas, nos dará la muerte. Si Vd. no tiene valor para hacerme dichosa, entonces aléjese Vd. y júreme no revelar el secreto de esta escena, que Vd. comprende, pero de la que el mundo se reiria, abrumándome de ridículo.

Gonzalo amaba poco la vida, adoraba á Clara, estaba fascinado y subyugado por aquella mujer extraordinaria; un vértigo de amor le enajenaba la razón; la idea de una muerte embriagadora, y de la admiración que causarla á las gentes su sin igual himeneo, todo esto constituía la lógica de su desvario, la racionalidad de la locura, y le hizo sobreponerse á todo temor y á todo egoísmo: así es que, sin vacilar, dijo con resolución:

— Clara mia: en este vaso beberé con deleite, no la muerte, sino la felicidad de toda mi existencia. Sólo pido un momento para dejar mi testamento, mi despedida al mundo, y en seguida arrostraré sin vacilar una muerte que por ti será vida.

Y levantándose, sacó de su bolsillo una cartera, y de ella un medio pliego de papel; tomó una pluma de un tintero que habia sobre la mesa, y sereno, sin temblar, escribió algunos renglones. Clara le miraba escribir, asombrada de aquella calma heroica y de tan sublime abnegación: hubiera querido abrazar á aquel hombre sin igual; pero quiso consumar la prueba, y se contuvo.

Gonzalo dobló el papel, y entregándosele con asombrosa calma á Clara, y tomando una de las copas en la mano, exclamó:

— Mujer adorada! por una hora de tu amor voy á beber la