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dado observar. Sentado, puestas sobre las rodillas las manos, sujetas por las esposas, la cabeza caída sobre el pecho, no desprendía los penetrantes y relucientes ojos del cofre que había sido causa de sus fechorías. A mi me pareció ver más pena que cólera en su actitud rígida y contenida; pero hubo un momento en que alzó los ojos y me miró rápidamente con una ligera expresión de burla.

H ¿Qué tal, Jonathan Small?—le dijo Holmes, encendiendo un cigarro.— Siento mucho que hayamos tenido que llegar hasta esta situación.

—Y yo también, señor—contestó el hombrecon franqueza No creo poder librarme de mi responsabilidad; pero le juro á usted sobre el Libro, que mi mano no se alzó nunca contra el señor Sholto. Ese perro diminuto é infernal, ese Tonga fué quien le disparó una de sus malditas flechas. Yo no tuve parte en ello, señor, y lo sentí tanto como si se hubiese tratado de un pariente. Hasta quise castigar al inmundo diablillo con la cuerda, pero lo hecho estaba hecho y yo no podía deshacerlo.

—Fume usted un cigarro—le dijo Holmes ;y, como está usted tan mojado, lo mejor será que se tome usted un buen trago de este frasco.

¿Cómo podía usted figurarse que un individuo