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»el alojamiento cómodo, y no me desagradaba la perspectiva de pasar el resto de mi vida en nel cultivo del añil. El señor Abel White cra »hombre muy amable, y con frecuencia iba á »mi cuartito á fumar una pipa conmigo; los »blancos, en esos países, se sienten atraídos los Dunos á los otros con un calor desconocido aquí nen Inglaterra, cuando las condiciones sociales »son diferentes.

»Pues, señor, la suerte no me ha favorecido »jamás por largo tiempo. De improviso, sin que »nadie lo imaginara, estalló la gran revuelta.

»Un mes antes, la India entera estaba, según todas las apariencias, tan tranquila como Surrey & Kent; un mes después había doscientos mil diablos negros sueltos por todo el país, y »éste se hallaba convertido en un perfecto infierno.

»Naturalmente, ustedes, señores, conocen to>do eso mucho mejor que yo, pues la lectura no Dentra en mis facultades. Yo no sé más que lo »que pasó á mi vista. Nuestra finca estaba en un lugar llamado Muttra, cerca del límite de las provincias del Noroeste. Noche tras noche se »iluminaba el cielo con el incendio de los case»ríos, y día tras día pasaban por nuestra casa las caravanas de europeos con sus esposas y