Página:La señal de los cuatro - Arthur Conan Doyle (1909).pdf/24

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 26 —

A pesar de mi práctica en las mujeres, adquirida en muchas naciones y tres continentes distintos, nunca había visto un rostro que revelase con mayor claridad una naturaleza refinada y sensible. Cuando se sentó en el sillón que Sherlock Holmes le ofrecía, no pude menos de observar que los labios le temblaban, sus manos sc estremecían y todo su ser denotaba los signos de una intensa agitación interna.

—He venido á verlo, señor Holmes—dijo,porque usted ayudó en una ocasión á la señora Cecil Forrester, en cuya casa estoy empleada, á desembrollar una pequeña complicación doméstica, y la amabilidad y destreza de usted dejaron muy buena impresión á la señora.

—La señora Cecil Forrester—repitió Holmes, pensativo.—Sí, creo haberle prestado un insignificante servicio; pero, según mis recuerdos, el caso era muy sencillo.

—Ella no lo creía así; pero, de todos modos, no podría decir usted lo mismo de mi caso. Difícilmente me imaginaría nada más extraño, nada más literalmente inexplicable que la situación en que me encuentro.

II olmes se frotó las manos, y los ojos le brillaron. Se inclinó hacia adelante con una expresión de extraordinaria concentración en sus enérgicas facciones de halcón.