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podía acostumbrar á ella. Por el contrario, su vista me irritaba más y más y en la soledad de la noche sentía aumentar mis remordimientos al pensar que no tenía suficiente valor para proteslar. Una y otra vez había formado el propósito de abordar francamente la cuestión; pero, bajo la apariencia fría y descuidada de mi compañero, había algo que lo hacía la última persona con quien uno pudiera tomarso algo parecido á una libertad. Su varonil constitución, sus maneras de hombre que manda, y el conocimiento que yo tenía de sus extraordinarias cualidades, me inspiraban cierta desconfianza y timidez siempre que me le acercaba.

Aquella tarde, sin embargo, ya fuera el Beauve que había bebido en el lunch, ya el exceso de exasperación que me producía la extremada intención con que llevó a cabo el acto, sentí repentinamente que no me era posible seguir conteniéndome ¿Y hoy qué es?—le pregunté.—¿Morfina ó cocaína?

Sherlock Holmes alzó lánguidamente los ojos del viejo libro que había abierto.

—Cocaina—dijo. Una solución de siete por ciento. ¿Quiere usted probarla?

—No, por cierto—le contesté bruscamente.Todavía mi cuerpo no se ha restablecido de mi