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luntad divina porque se inhabilita para cumplir su destino. Contra sí mismo, porque es una personali- dad moral que debe respetar, cumpliendo su fin, no destruyéndolo. Contra la sociedad, porque el hom- bre no vive solo para si y es un egoismo sacrificar los deberes sociales á una pasión individual ó á una con- trariedad particular.
Ninguno de los sofismas que disculpan el suicidio resisten la crítica. No se diga que la vida es un mal y que fastidia vivir; pues como observa Rousseau, la vida es un bien; el mal está en la disposición de nuestra alma. Ni que se ha desesperado de poder ser útiles á los demás, porque si somos inútiles como ciu- dadanos ó padres, no lo seremos nunca como hom- bres. La práctica de la virtud hace amable la exis- tencia. ]
Puede también la deshonra impulsar al suicidio, pero aquella es voluntaria ó impuesta: si lo primero, justo es soportar la vergúenza de la falta, no agravar ésta con un delito; la resignación y el arrepenti- miento pueden solo purificar. Si la deshonra no es imputable, sigase el camino del bien dictado por la razón, levantando el deber por encima de las preocu- paciones sociales.
Se ha argumentado diciendo que la vida es una carga impuesta al hombre sin su consentimiento y de la que éste puede librarse. La argumentación es
