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MÉXICO.

Una pequeña cruz de madera, cerca de una maraña enredada, contiguo a una iglesia en ruina, marca el punto fatal y lleva una inscripción implorando sus oraciones para la pareja asesinada.

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En un rincón en la esquina noroeste de la ciudad de México, al pasar la puerta de San Cosme, está el cementerio inglés, sombreado por árboles y flores hacia la ciudad y abre, con una vista dulce a las tierras baja, hacia la puesta del sol; y aquí fueron depositados, lado a lado, las desafortunadas víctimas. Pocos espectáculos nunca han sido más tristes, que el grupo de "extraños en una tierra extraña", quienes se reunieron alrededor de la tumba de sus amigos asesinados en la melancólica noche de su entierro.

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A unos pocos pies de distancia de ellos, reposan los restos de William McClure, un compatriota, estimado para la ciencia estadounidense. La Academia de ciencias naturales de Filadelfia, de la cual fue tanto tiempo Presidente y benefactor, erigió un pequeño monumento de mármol sobre su tumba y la rodea un riel de hierro. ¡Poco tiempo antes de que salí de México, el riel fue tirado, el monumento dañado y, en la misma noche, el cuerpo recién enterrado de un escoces fue desenterrado, despojado de su ropa y arrojado sobre el muro del cementerio!

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SAN AGUSTÍN—SAN ANGEL—EL DESIERTO.

San Agustín es otro pueblo que ya he hablado; y San Angel es uno de casi el mismo carácter, excepto que las vistas desde su azoteas sobre el valle y la ciudad, es quizás más hermosa.

El paseo más placentero, sin embargo, sobre el Valle o sus montañas adyacentes, es a las ruinas conocidas como "El Desierto"; los restos de un convento Carmelita abandonado, construido entre los recovecos rocosos de la Sierra Occidental.

Es un paseo de moda de siete leguas e incluso grupos de damas y caballeros, lo hacen un lugar agradable para picnics. Los edificios fueron construidos entre dos colinas y ahora va a decaer rápidamente, todavía hay algunos restos de celdas que aún conservan sus revestimientos, mientras que los principales edificios están sin techos y casi ahogados por frondosos árboles y arbustos en floración.

Tomás Gage, un monje convertido quien visitó México sobre el final del primer siglo después de la conquista, dio un relato de este convento en 1677, cuando estaba en sus días de gloria.