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Ricardo Palma

Antes, pues, que desalentar á la juventud estudiosa con críticas virulentas que, á Dios gracias, ajeno soy á mezquindades y pasioncillas, consiento en aceptar este reproche que alguna vez se me ha dirigido:—Que Dios me echó al mundo para halagar vanidades.

Afortunadamente no se hallan en este caso los dos libritos de versos, sobre los que el director del Correo del Perú me ha impuesto hoy el compromiso de emitir ligero juicio. Los autores me son desconocidos.

Poniendo punto al introibo, un si es no es personal, pasemos á ocuparnos del prójimo en Cristo y hermano en Apolo.


Que en don José María Chaves, autor de las Melodías religiosas, hay dotes de poeta lírico, no es para mí cuestión. En efecto, poeta es el que escribe versos como los siguientes:

   ¡Ay! en el vicio estéril
el corazón del hombre se marchita,
sin savia que lo aliente,
cual un árbol mordido de serpiente.
Y el manzano agostado,
¿qué fruto puede dar? Y si su dueño
lo abandona al olvido,
¿podrá ostentarse fresco y florecido?

Vése, sin gran esfuerzo, que el autor ha leído, y con provecho, al divino Herrera, á Rioja y Luis de León, pues ha acertado á imitarlos en giros y locuciones. No desdeñe el joven poeta tan excelentes maestros que, andando los tiempos, ellos lo conducirán á figurar en el moderno Parnaso americano.

En la silva, principalmente, hallo felices reminiscencias de esos ilustres ingenios que tanto esplendor dieron á las letras castellanas. Véase la pintura que del poeta hace el señor Chaves, pintura llena de vigor en la expresión y de lozanía en las imágenes.