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Sep. 1828.
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LA AMABILIDAD DEL SEÑOR JUANICO.

nuestros enfermos (teníamos sólo diez hombres operativos en cubierta), no deberíamos ser detenidos, ya que aún unas pocas horas podrían tener serias consecuencias; pero todo lo que pude instar fue inútil, y fuimos detenidos hasta el amanecer con excusas sin importancia. Estábamos situados de manera que, a menos que el bergantín virara su cable, o se apartara de nuestro camino, no nos podíamos mover sin acercarnos a el, además que procedería sin autorización. Después que llegó la luz del día, el bergantín nos dejo espacio, virando levemente su ancla, y luego que un oficial vino a bordo a ponernos en libertad, le dije mi opinión sobre el asunto, y le manifesté que informaría la conducta de su comandante a su almirante. Este informe fue hecho después, en forma muy enérgica, por el comandante Henry Dundas, del HMS Sapphire, pero el almirante defendió la conducta de su oficial diciendo que este había solamente actuado, “magna componere parvis”, como un escuadrón de bloqueo inglés lo habría hecho en un caso similar.

No sé si el asunto fue confirmado, o no, por la ley o la costumbre de los bloqueos, pero fue muy descortés, y después de la explicación dada, y las pruebas ofrecidas, no podría haber la más mínima duda. Debido a esta detención, no alcanzamos a fondear en Montevideo hasta muy tarde como para adquirir refrigerios para los enfermos. Encontramos, para nuestro pesar, que las provisiones frescas eran sumamente escasas, debido a la guerra, que no pudimos adquirirlas para nuestra tripulación; y si no hubiese sido por la amabilidad del señor Juanico, un bien conocido, y muy respetable residente de Montevideo, quien nos proporcionó naranjas amargas (Seville) abundantemente, podríamos haber estado muy angustiados. El uso libre, sin embargo, de esta sola fruta causó un rápido cambio en la salud de los afectados por el escorbuto, y en menos de una semana todos los hombres estuvieron en sus tareas.

Unos pocos días después de nuestra llegada, por la intervención del ministro británico, se firmó la paz entre los beligerantes, en el que Buenos Aires ganó todo por lo que había competido, y Brasil renunció a lo que había imperiosamente demandado.

Estuve muy contento de encontrar, en este puerto, al fallecido comandante Henry Foster, en el HMS Chanticleer, en su viaje de los péndulos. Se había establecido en un observatorio en una isla pequeña, llamada Rata, isla Conejo, adonde no perdí