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Mas, no, que le acechasteis con negra alevosía,
Sabiendo que es difícil del leon la cacería,
Y en pérfida celada le hundisteis el puñal:
¡Sin duda que muy ancha le abristeis cada herida
Para que así por ellas pudiera hallar salida
Del desgraciado Cárlos el alma colosal!


¡Comprendo, miserables, el miedo con que el pecho
Del héroe aun traspasabais, cuando sangriento lecho
De muerte allá en el seno de la llanura halló!
¿Verdad que recelabais que hácia la rota espada
El brazo aun alargase, lanzando en su mirada
La chispa que en la lucha mil veces os cegó?


¿Verdad que muchas veces del hierro acribillado
Al cielo alzó los ojos y bravo y denodado,
Con nuevo, estraño brio, intrépido cerró?
¡Oh, sí! Fué que sus ojos miraron en la esfera,
El blanco, y el celeste, y el sol de la bandera
Que en las nevadas crestas del Andes onduló.


¿No visteis al postrarle sobre la yerba, muerto,
Vagando por su lábio descolorido, yerto,
Sonrisa misteriosa que os infundió pavor?
¡Oh! era que las puertas del cielo se le abrían
A su alma bendecida, y allí la recibian
Los ángeles que forman el coro del Señor.