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Página:Prosa por José Rizal (JRNCC, 1961).pdf/13

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hubieran precipitado al Tártaro, sepultando a los otros en las entrañas de la ardiente Etna. Tan fausto acontecimiento deseo celebrar con la pompa de los inmortales, hoy que la Tierra, siguiendo su eterna carrera, ha vuelto a ocupar el mismo punto en su órbita, donde giraba entonces. Así, que yo, el Soberano de los Dioses, quiero que comience la fiesta con un certamen literario. Tengo una soberbia trompa guerrera, una lira y una corona de laurel esmeradamente fabricadas: la trompa es de un metal, que sólo Vulcano conoce, más precioso que el oro y la plata; la lira, como la de Apolo, es de oro y nácar, labrada también por el mismo Vulcano; pero sus cuerdas, obra de las Musas, no conocen rivales; y la corona, tejida por las Gracias, del mejor laurel que crece en mis jardines inmortales, brilla más que todas las de los reyes de la Tierra. Las tres valen igualmente, y el que haya cultivado mejor las letras y las virtudes, ese será el dueño de tan magníficas alhajas. Presentadme, pues, vosotros el mortal que juzgais digno de merecerlas.

Juno.—(Se levanta en actitud arrogante y altiva.) Júpiter, permíteme que hable la primera, como tu esposa y madre de los dioses más poderosos. Ninguno mejor que yo podrá presentarte el mortal más perfecto que el divino Homero. Y a la verdad, ¿quién osará disputarle la supremacía, así como ninguna obra puede competir con su Ilíada, valiente y atrevida, y su reflexiva y prudente Odisea? ¿Quién, como él, ha cantado tu grandeza y la de los demás dioses, tan magníficamente como si nos hubiera sorprendido en el Olimpo mismo y asistido a nuestras asambleas? ¿Quién contribuyó más a que el oloroso incienso de la Arabia se quemase abundantemente ante nuestras Imágenes y se nos ofreciesen pingües hecatombes, cuyo sabroso humo, subiendo en caprichosos espirales, nos era tan grato que aplacaba nuestras iras? ¿Quién, como él, refirió las batallas más sublimes en más hermosos versos? El cantó a la divinidad, al saber, a la virtud, al valor, al heroísmo y a la desgracia, recorriendo todos los tonos de su lira. Sea él el premiado; pues creo, como cree el Olimpo entero, que ninguno se ha hecho más acreedor a nuestras simpatías.