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viendo el oscuro fondo del sepulcro, se acordaba de su Francia, a quien amó en tanto extremo, y desterrado, le confiaba sus restos, seguro de hallar más dulce reposo en medio de ella.

Ovidio,1 más infeliz y adivinando que ni sus cenizas siquiera volverían a su Roma, agonizaba en el Ponto Euxino2 y consolábase al pensar que si no él, al menos sus versos, llegarían a ver el Capitolio.

Niño, amamos los juegos; adolescente, los olvidamos; joven, buscamos nuestro ideal; desengañados, lo lloramos, y vamos a buscar algo más positivo y más útil; padre, los hijos mueren y el tiempo va borrando nuestro dolor, como el aire del mar va borrando las playas a medida que la nave se aleja de ellas. Pero en cambio el amor a la patria no se borra jamás, una vez que ha entrado en el corazón, porque lleva en sí un sello divino, que se hace eterno e imperecedero.

Se ha dicho siempre que el amor ha sido el móvil más poderoso de las acciones más sublimes; pues bien, entre todos los amores, el de la patria es el que ha producido las más grandes, más heroicas y más desinteresadas. Leed la historia, si no, los anales, las tradiciones; penetrad en el seno de las familias; ¡qué de sacrificios, abnegación y lágrimas vertidas en el sacrosanto altar de la nación! Desde Bruto,3 que condena a sus hijos, acusados de traición, hasta Guzmán,4 que deja morir al suyo por no faltar a su deber, ¡qué dramas, qué tragedias, qué martirios no se han llevado a cabo por la salud de esa implacable divinidad que nada podía darles en cambio de sus hijos sino agradecimiento y bendiciones!

¡Y, sin embargo, con los pedazos de su corazón elevan a su patria gloriosos monumentos; con los trabajos de sus manos, con el sudor de su frente han regado y hecho fructificar su sagrado árbol, y no han esperado ni han tenido ninguna recompensa!

Ved ahí un hombre sumido en su gabinete; para él pasan los mejores días, su vista se debilita, sus cabellos se encanecen y van desapareciendo con sus ilusiones, su cuerpo se dobla. Va tras una verdad; años há resuelve un problema; el hambre y la sed, el frío y el calor; las enfermedades y el infortunio se le han presentado sucesivamente. Va a descender a la tumba y aprovecha su agonía para ofrecer