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POR TELÉFONO[1]


El año de 1900 se unían por primera vez las Filipinas a la Metrópoli por medio del hilo telefónico tendido por una sociedad anglo-catalana, llamada The Trans-Oceanic Telephone Company, tan conocida en su tiempo por sus ideas verdaderamente atrevidas.

Gracias a la perfección de los aparatos se podían oir desde Madrid los suspiros místicos de los frailes, orando delante de las imágenes sagradas, sus rezos llenos de piedad, sus frases humildes, sus palabras de conformidad y resignación y hasta las acciones de gracias con que recibían las limosnas de arroz y sardinas que el pueblo les daba compadecido de sus ayunos y abstinencias. Tal era la perfección del teléfono, que se oía hasta el silencio que reinaba en los refectorios, y por el ruido de la masticación se sabía a ciencia cierta que el más glotón de los frailes no comía arriba de cinco bocados diarios.

—¡Qué pobres y qué virtuosos son estos sacerdotes! exclamaban en Madrid los demócratas conmovidos.

—¡Qué pobres y qué virtuosos son estos sacerdotes! repetía el teléfono en Filipinas y lo publicaba en todas partes, en los conventos, iglesias, etcétera.

Y los frailes, al oir esto, disminuían más el número de sus bocados por temor de que hubiese un indio que tuviese hambre; enseñaban a leer y escribir a los muchachos, y los instruían por fuerza en la lengua castellana, sufriendo no pocas veces insultos y bofetadas de los padres de los muchachos por atreverse a abrirles los ojos.1

—¡Bendito sea Dios! —respondían los frailes y presentaban la otra mejilla:— ¡sea todo por Dios y la madre España!

Y continuaban enseñando tan pronto como el despótico indio se alejaba, si el gobierno a instigación de los padres, no les formaba causa por enseñar, delito que constituía un gran crimen, peligrando la integridad de la patria.

—El Ministro de Ultramar, —telefoneaba un día el procurador de agustinos desde Madrid a Manila,— solicitado


  1. Esta copia fue reproducida del folletín del mismo título que existe en la Biblioteca Nacional.
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