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QUO VADIS

en el desierto, creo que bajo el reinado de otro César me fastidiaría cien veces más.

Pablo, tu pequeño judío, es elocuente: eso le concedo, y si otras gentes como él proclaman esa religión será menester que nuestros dioses se defiendan seriamente, pues de lo contrario con el tiempo pueden caer prisioneros.

Cierto es que si el César, por ejemplo, fuese cristiano, sentiríanse todos más seguros. Pero tu profeta de Tarso al presentarme sus pruebas, no pensaba, lo ves muy bien, que yo en estas incertidumbres encuentro el encanto de la vida. Quien no juega dados no perderá dinero, mas, á pesar de eso, las gentes persisten en jugarlos. Hay en ello un cierto deleite, una especie de olvido del presente. Yo he conocido á senadores y á hijos de caballeros que se han hecho gladiadores por acto espontáneo. Yo juego la vida, tú lo has dicho, y eso es cierto; mas la juego porque en ello encuentro un placer; en tanto que las virtudes cristianas me llenarían de hastío desde el primer día, cual me pasa con los discursos de Séneca. Esa es la causa porque Pablo derrocha en vano conmigo su elocuencia. El debería comprender que hombres como yo no han de aceptar jamás su religión. En cuanto á tí, dada tu disposición de ánimo, podrías, ora llegar hasta el aborrecimiento del nombre de cristiano, ora convertirte inmediatamente al cristianismo.

Yo conozco, entre bostezos, la verdad de lo que ellos dicen. Somos unos insensatos. Nos encaminamos directamente al precipicio: algo desconocido viene hacia nosotros como perspectiva del futuro, algo hay asimismo que se está desmoronando detrás de nosotros, por último, algo hay también que muere en derredor nuestro: convenido.

Pero sabremos morir á tiempo; entretanto, no nos asiste el menor deseo de hacer gravosa la vida y de servirnos del manjar de la muerte antes de que ésta, venga hacia

Tomo II
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