Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo II (1900).pdf/116

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
114
QUO VADIS

nosotros. La vida existe por sí misma tan sólo, y no por la muerte, ni para ella.

—Te compadezco, Petroniol —No más de lo que me compadezco yo mismo. Antes pasabas tú agradablemente la vida entre nosotros; y cuando hacías tus campañas de Armenia ansiabas por volver á Roma.

—Ahora mismo me ocurre lo propio.

—Cierto, porque estás enamorado de una vestal cristiana que tiene su asiento en el Trans Tiber. Ni me sorprende esto, ni por ello te hago un cargo. Me admiro, sí, de que a pesar de una religión que tú me has descrito como fuente inagotable de felicidad, y á pesar de un amor que pronto ha de tener su anhelada coronación, de tu semblante no haya desaparecido su aire habitual de melancolía. Pomponia Graecina se halla asimismo eternamente pensativa; y desde la época en que te hiciste cristiano tú has cesado de sonreir.

Y no intentes persuadirme de que en esta religión tiene sitio la alegría. Tú de Roma has vuelto más triste que nunca. Si los cristianos aman de esta manera, te juro por los brillantes rizos de Baco que no he de imitarlos.

—Eso es otra cosa, contestó Vinicio.—Puedo jurarte, á vez, no por los rizos de Baco, sino por el alma de mi padre, que jamás pude en el pasado ni siquiera conjeturar una felicidad semejante á la de que hoy disfruto. Pero al mismo tiempo experimento una nostalgia profunda y, lo que es más extraño, cuando me hallo lejos de Ligia paréceme que algún peligro la amenaza. Y no sé en qué consista ese peligro, ni de dónde venga; mas lo siento ve nir como se siente aproximarse una tempestad.

—Dentro de dos días trataré de obtener permiso para que puedas dejar á Ancio por todo el tiempo que te plazca. Popea se halla al presente algo más tranquila, y hasta donde me es posible saberlo, ningún peligro os amenaza ni á ti ni á Ligia.