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QUO VADIS

En seguida se envolvió el cuello con un pañuelo de seda y dijo volviéndose á Petronio y Vinicio, quienes se hallaban sentados en un extremo de la sala: — Acompañadme. Dame tu brazo, Vinicio, pues las fuerzas me faltan. Petronio entre tanto nos hablará de música.

Y salieron á la azotea, cuyo pavimento era de alabastro y sobre el cual se había esparcido hojas de azafrán.

—Aquí uno puede respirar más libremente, dijo Nerón.—Mi alma se halla conmovida y triste, si bien ahora estoy persuadido de que con lo que acabo de cantarte por via de ensayo, puedo presentarme en público y alcanzar un triunfo como hasta la fecha no lo ha obtenido igual ningún romano.

—Puedes presentarte aquí, y en Roma, y en Acaya. Te admiro con todo mi corazón y con todo mi espíritu, divinidad, contestó Petronio.

—Lo sé. Eres demasiado insolente para que te sea posible pro ligar alabanzas haciéndote violencia á tí mismo.

Y te juzgo tan sincero como Tulio Senecio; pero tú tienes más conocimientos que él. Dime, ¿cuál es tu concepto acerca de la música?

—Cuando escucho declamar unos versos, cuando te veo en el Circo dirigir una cuádriga, cuando miro una esta tua, un templo ó un cuadro hermoso, comprendo perfectamente lo que veo, y escucho, y me asimilo todas las be llezas que en esas obras residen.

Pero cuando á mí oído llegan las harmonías de la mú sica y especialmente de la música tuya, nuevos primores y deleites se presentan á cada instante á mi espíritu. Yo los persigo y trato de apoderarme de ellos; pero antes de que logre asimilármelos por completo, afluyen otros y otros, como las ondas de la mar, en sucesión interminable.

De aquí el que yo considere, cual ya te he dicho, que la música puede bien compararse al océano,