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QUO VADIS

Nerón frunció el entrecejo.

—¡Perdón, divino Imperator,—dijo el liberto con voz jadeante;—hay un incendio en Romal La mayor parte de la ciudad se halla presa de las llamas.

Al oir esta noticia todos los presentes saltaron de sus asientos.

—Oh, dioses! Por fin he de ver una ciudad incendiada, y podré terminar mi cantol—exclamó Neron, dejando á un lado su laúd.

Y luego volviéndose hacia el cónsul: —Si partiera inmediatamente, ¿alcanzaría á presenciar el incendio?

—Señor,—contestó Lecanio, pálido como un lienzo,toda la ciudad se halla convertida en un océano de llamas; el humo ahoga á sus habitantes, las gentes se desmayan ó arrojan al fuego, presas del delirio. ¡Roma está pereciendo, oh César!

Sucedióse un momento de silencio, el cual fué interrumpido por esta exclamación de Vinicio: —Vae misero mihi! (Ay, desgraciado de mil). Y el joven, arrojando á un lado la toga, precipitóse fuera, llevando solamente la túnica.

Neron alzó las manos al cielo, y exclamó: —¡Ay de ti, sagrada ciudad de Príamol

CAPÍTULO XLII

Vinicio tuvo apenas el tiempo necesario para ordenar á unos cuantos de sus esclavos para que le siguieran; luego, saltando sobre su caballo se lanzó á gran velocidad en medio de aquella avanzada noche, por entre las desiertas calles de Ancio, con dirección á Laurento.

La tremenda noticia había producido en su ánimo una especie de frenesí rayano en la enajenación mental. Por momentos ni siquiera se daba cabal cuenta de lo que en su ánimo estaba pasando; sentía simplemente que el in-