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QUO VADIS

y la matanza estaban asolando á la sazón á la ciudad á la par que el fuego! Y hasta era posible que los pretorianos se hubieran lanzado á degüello sobre Roma por orden del César.

Y en aquel momento el terror erizó los cabellos de Vi nicio. Y vino á su cerebro el recuerdo de todas las conversaciones acerca de ciudades incendiadas, que por espacio de algún tiempo se habían venido repitiendo en la corte de Nerón con extraña persistencia; y de las dolientes quejas del César al verse obligado á hacer la descripción de una ciudad consumida por las llamas sin haber visto jamás un incendio real. Recordó asimismo la desdeñosa respuesta que había dado á Tigelio cuando éste le ofreciera incendiar á Ancio ó hacer pasto de las llamas á una ciudad artificial construida de madera; por último recordó también las lamentaciones de Nerón contra Roma y las estrechas calles pestilentes del Suburra. ¡Sí, el César había ordenado el incendio de la ciudad!

Solo él podía impartir una orden semejante, así como solo Tigelino era capaz de llevarla á cumplimiento.

Pero, si Roma se incendiaba por mandato del César, ¿quién podía estar seguro de que la población no estuviera siendo también asesinada por orden suya? El monstruo era muy capaz de todo eso. Incendio, sublevación de es clavos, asesinato en masa. ¡Qué terrible cáos, qué desbordesbordamiento de fuerzas destructoras y de frenesi humano!

¡Y en medio de todo eso hallábase Ligial Los lamentos de Vinicio confundíanse ahora con los resoplidos y jadeos de su caballo, el cual, galopando sin descansar por un camino ascendente en la dirección de Aricia, estaba ya próximo á reventar.

—¿Quién la arrancará de la ciudad incendiada, quién la salvará?—exclamaba Vinicio.

Y mesándose cabellos, y abalanzándose febrilmente