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QUO VADIS

un alarido de rabia y desesperación, porque antojáronsele aquellos los siniestros resplandores del incendio.

Recordó las palabras del cónsul: «Toda la ciudad se halla convertido en un oceano de llamas,» y por espacio de algunos instantes parecióle que estaba á punto de volverse loco en realidad, pues había perdido por completo la esperanza de salvar á Ligia y aún de llegar á Roma antes de que ésta se hallara convertida en cenizas.

Y terribles pensamientos sucedíanse ahora en su cerebro con rapidez mayor que la desenfrenada de su potro, y volaban cual bandada de aves negras y monstruosas que ponían pavor y desesperación en su alma.

Cierto era que ignoraba por cual punto de la ciudad había empezado el incendio; pero suponía que el barrio del Trans—Tiber, lleno como estaba de habitaciones, barracas de madera, almacenes y retizos de material ligero que servían para las ferias de esclavos, bien podía haber sido desde el principio pasto de las llamas.

En Roma eran harto frecuentes los incendios; y durante ellos, á menudo también, se perpetraban actos de violencia y de robo, especialmente en los puntos ocupados por la población menesterosa y semi berbara. ¿Qué podía suceder entonces en un barrio como el Trans—Tiber que servia de albergue á una gentuza procedente de todas las partes del mundo?

Por un momento vino al cerebro de Vinicio como un relámpago la idea de Ursus y sus fuerzas sobrehumanas; pero ¿qué podía hacer un hombre, aún cuando fuera un titán, contra la destructora fuerza de las llamas?

Por espacio de muchos años Roma había tenido sobre sí como una pesadilla la amenaza y el temor de una rebelión de esclavos. Deciase que centenares de miles de éstos, vivían soñando con los tiempos de Espartaco y á la espectativa de un momento favorable para tomar las armas contra sus opresores y contra Roma. ¡Probablemente había llegado ya la hora de esta rebelión! ¡Acaso el combate