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QUO VADIS

za, empezó de nuevo á azotar su cabalgadura, especialmente desde que divisó á la claridad de la luna las blancas murallas de Aricia, pueblo que se encontraba á medio camino de Roma.

Y al cabo de pocos momentos atravesó á todo correr delante del templo de Mercurio, que se destacaba por entre una arboleda cercana á esa ciudad.

Era evidente que en el pueblo tenían ya noticias de la catástrofe, porque se advertía un movimiento inusitado frente al templo.

A su paso Vinicio pudo ver á una multitud de individuos agrupados sobre las gradas y entre las columnas.

Estas gentes, que habían acudido con antorchas en las manos, apresurábanse á la sazón á colocarse bajo el amparo del dios. Además, el camino ya no se hallaba tan desierto como el había recorrido desde Ardea. Grupos de personas venían apresuradamente con dirección á la arboleda, por senderos laterales; pero en el camino principal notábanse también ahora otros grupos que marchaban con premura en el mismo sentido que el joven y delante de él.

Y desde la ciudad venía un confuso rumor de voces.

Vinicio penetró á Aricia como un torbellino, atropellando y aplastando á varios individuos á su paso.

Y pronto pudo escuchar en derredor suyo gritos de Roma se incendia! La ciudad está ardiendo! ¡Protejan los dioses á Romal» El caballo tropezó y estuvo á punto de caer, pero refrenado á tiempo por la férrea mano de Vinicio, alzóse de nuevo sobre sus ancas, justamente delante de la posada en donde el joven tenía un caballo de repuesto. Los escla vos, cual si estuvieran aguardando la llegada de su amo, se hallaban á la puerta de la posada, y al verlo, y por orden suya, corrieron uno tras otro en busca del caballo de refresco.

Vinicio vió aproximarse un destacamento de diez pre-