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QUO VADIS

torianos montados, quienes evidentemente se dirigían al pueblo de Ancio llevando noticias, y corriendo hacia ellos, preguntó: —¿Qué parte de la ciudad abraza el incendio?

—¿Quién eres tú?—preguntó el decurión.

—Vinicio, tribuno del ejército y augustano. Responde, sobre tu cabezal —El incendio estalló en las tiendas cercanas al Circo Máximo. En los momentos en que fuímos despachados, el centro de la ciudad estaba ardiendo.

—¿Y el Trans—Tiber?

—El fuego no ha llegado allí todavía, pero á cada momomento abarca nuevos barrios con una fuerza que nada puede contener. La gente muere sofocada por el calor y el humo: toda salvación es imposible.

En este momento le trajeron el nuevo caballo y el joven tribuno saltó sobre él y prosiguió su vertiginosa marcha.

Corría ahora en la dirección de Albano, dejando á la derecha á Alba Longa y su espléndido lago.

El camino hasta Aricia se extendía desde el pie de la montaña, la cual ocultaba por completo el horizonte. Y Albano se hallaba precisamente del otro lado.

Pero Vinicio sabía que al llegar á la cumbre vería desde ella, no sólo á Bovillas y á Ustrino, donde le aguardaban nuevas postas, sino también á la misma Roma; pues más allá de Albano la llanura de la Campania, situada á más bajo nivel, extendíase por ambos lados de la Via Apia,.

á lo largo de la cual solamente los arcos de los acueductos se alzaban en la dirección de la ciudad, no habiendo nada que pudiera obstruir la vista.

—Desde la altura podré ver las llamas,—se dijo; y empezó nuevamente á azotar su caballo.

Pero, ato antes de alcanzar la cumbre del monte, el viento que le daba en el rostro hizo llegar hasta él un pronunciado olor á humo, y al mismo tiempo advirtió en la cumbre unos como reflejos dorados.